ARS POETICA
Siempre he aspirado a una forma mucho más amplia
que, libre de las aspiraciones de la poesía y la prosa,
nos dejase entendernos sin exponer a lector y autor a súblimes agonías.
En la esencia misma de la poesía hay algo indecente:
expresamos cosas que ignorábamos tener en nosotros.
De modo que parpadeamos como si hubiera saltado un tigre
y estuviese en la luz moviendo la cola.
Por eso dicen justamente que un demonio dicta la poesía, aunque sería exagerado
decir que se trata de un ángel. Es arduo adivinar de dónde viene el orgullos de los poetas
cuando tan a menudo quedan avergonzados por la revelación de su fragilidad.
¿Qué persona razonable sería una ciudad de demonios que se portan a sus anchas,
hablan en muchas lenguas, y no satisfechos con robarles sus labios y sus manos,
trabajan en cambiarle el destino para su convivencia infernal?
Es cierto que hoy se aprecia mucho lo mórbido; por tanto acaso pienses
que sólo estoy bromeando o simplemente has encontrado otros medios
de alabar el arte sin ayuda de la ironía.
Hubo un tiempo en que sólo los libros sabios eran leídos
y nos ayudaban a soportar nuestro dolor y sufrimiento.
Esto, después de todo, no es lo mismo
que hojear cientos de obras recién salidas de clínicas siquiátricas.
Y sin embargo es diferente de lo que parece
y nosotros somos distintos de cómo nos vemos en nuestros delirios.
Por tanto las personas preservan su identidad silenciosa
y ganan el respeto de sus parientes y vecinos.
El propósito de la poesía es recordarnos
qué díficil es seguir siendo una sola persona,
ya que está abierta nuestra casa, no tiene llaves y huéspedes
invisibles entran y salen a su antojo.
De acuerdo, no es poesía lo que digo ahora:
los poemas deben escribirse rara vez y de mala gana,
bajo penas intolerables y sólo con la esperanza
de que los buenos espíritus, no los malos, nos elijan
como instrumento.
Poema traducido por el poeta mexicano José Emilio Pacheco.
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